"Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!"
Ambrose Bierce


El dolor era, sobre todo, incómodo, porque estaba en el pie, justo en la parte baja del borde externo de su pie derecho. Era como si uno de esos veintiséis huesos estuviera roto y, aunque pudiese caminar, le impedían moverse con la agilidad deseada, correr, sobre todo. Por ello decidió visitar un médico.

Carlos era, además de su médico, un viejo amigo de la familia. No se atrevía a decir que era "su amigo" porque no lo era, pero se sentía cómodo sabiendo que tenía cierto nivel de confianza con él, el único médico que visita desde que toma sus propias decisiones.

"Tenés que ver un dermatólogo", le dijo, el día que éste le llamó asustado, para pedirle cita porque sentía que estaba perdiendo demasiado cabello. Temía quedarse calvo con sólo treinta años. "No, por favor, necesito que me revises vos". Y así fue, como muchas otras veces.

La diferencia de edad entre ambos jamás impidió que se trataran como contemporáneos, que se 'vocearan'. Carlos, realmente, era amigo de su padre pero, por alguna razón inexplicable, de un tiempo para acá, parecían disfrutar más sus conversaciones. Desde ese incidente con la chica dopada en su apartamento, cuando no sabía qué hacer o a quién acudir y decidió llamarlo, a pesar de la vergüenza que sentía, Carlos se había ganado su confianza con su discreción y silencio.

— ¿Y ahora qué es lo que te pasa? —pregunta Carlos, sonriendo.
— Es mi pie, me duele el pie.
— ¿Todo el pie? —pregunta, en son de broma.
— No, es aquí mirá, justo aquí.

César se quita la sandalia y le muestra la zona donde se alojaba el dolor.

— Dejame ver —dice Carlos, tomándole el pie y presionando donde le ha indicado.
— Es como si me hubiera golpeado con algo —observa César.
— Pero claro que te has golpeado.
— ¿Cómo? —pregunta César, confundido.
— Tu sueño, ¿no lo recuerdas? Te has golpeado en tu sueño.

César no sabe cómo reaccionar ante esa afirmación, se queda sin palabras, inmóvil. ausente... Carlos lo mira a los ojos y, sin decir palabras, le empuja suavemente para que éste que se recueste en la camilla, toma unos ungüentos de la mesa donde están las medicinas y se los aplica en el pie con un suave masaje.

César ya no siente ningún dolor en su pie, ni en ninguna parte. Piensa.

— ¡Listo! —dice Carlos— ya podés levantarte.
— ¿Qué me pusiste?
— Unos aceites, nada más.
— Estoy soñado, ¿Cierto?

Carlos le sonríe, toma un papel de su escritorio y anota en él una receta que no pasa más de dos líneas, luego se la entrega a César.

— ¿Cuánto te debo? —pregunta César, intrigado.
— Nada.
— ¿Tengo que volver?
— Sí, al despertar.

El reloj sonó una vez más, otro día más, a las seis de la mañana. César se dio cuenta que esta vez había dormido solo, sin compañía femenina, quizás por eso había vuelto a soñar... o a despertar.

El pie le dolía. Notó que sobre la mesa de noche había una nota, una receta firmada por su médico, Carlos, que decía: Cuando despiertes ven al consultorio; voy a curar tu pie.

Era el primer día de abril, o alguno de esos impresos en el calendario.


David E. Alvarado
dear1979©Todos los derechos reservados


***