(Primera Parte)

-Yo creo en Dios, Ramiro. Creo en su castigo —le dijo, mientras le clavaba la mirada en lo más profundo de su alma.

Ramiro sintió cómo esa luz le atravesaba sus pensamientos, lo hería en alguna parte que no sabía describir, lo sangraba. Recordó entonces aquel día en que su madre lo sorprendió espiando a la Lupe. Aún lo invadía su voz, lo golpeaba sin descanso.

–¡Es tu hermana!" –le gritaba, mientras dejaba caer su ira y decepción sobre su espalda.

—¿No le tenés miedo a Dios?" —le preguntaba, mientras le acomodaba la vergüenza a puñetazos.

Lo dejó desnudo en el patio, cargando una piedra hasta que el sol se cansó de verlo. Sintió que esas palabras aún lo perseguían. Entonces, por un instante, se ausentó de esa habitación. Se sintió aquel niño que jugaba descalzo al fútbol porque "los zapatos son para la escuela y la iglesia". Sintió el hambre de ese niño. Hambre que lo hacía llorar y comerse la sal envuelta en una tortilla.

—El pan nuestro de cada día danos hoy. —rezaba su abuela todas las noches junto a la cama, agarrada a un rosario, como evitando caerse.

—Rezar es una forma de matar el hambre —le dijo años después un maestro.

El nunca rezó. Siempre tuvo hambre.

—Eso es —se dijo a sí mismo, el hambre, todo es culpa del hambre. Y sintió de pronto que todas las circunstancias estaban justificadas. Todo estaba claro. Todo entonces tuvo sentido. El arma, la espera, la víctima. Hasta el eco y la oscuridad de la habitación le parecían adecuados.

—Yo no creo en Dios —le dijo, devolviéndole con esa frase algo del miedo que él mismo sentía al pronunciarla.

Un leve escalofrío recorrió su cuerpo. Ahora sudaba, pero era un sudor distinto al que florece con el miedo. Su corazón latía más fuerte, como en voz alta, quizás para no escuchar su conciencia. Quizás para no escuchar la voz que le gritaba del fondo de su miedo. El hambre, su hambre, era lo que lo había llevado hasta allí. Todo estaba claro, en su lugar, justificado.

Los recuerdos, como relámpagos de luz, comenzaron a cegarle.

Su padre, borracho, golpeando a su madre, y la Lupe, cubriéndolo, recibiendo en la espalda los golpes por ambos, mientras lloraba. Su abuela, colgada a su rosario, moribunda, y su madre inundada de culpa por no tener el dinero para salvarla. La luz de las patrullas que constantemente llegaban a su casa. Al principio, a salvarles, de las borracheras de su tata, el Milo. Luego, a avisarles de su muerte. Una noche, llevando a la Lupe, semidesnuda. Después, llegaban a buscarlo a él, aún lo buscaban. Todos los recuerdos, en fila, le golpeaban la razón. Su primera noche en la cárcel, por defender al Gustavo. El día que los inculparon para presentarlos a la prensa, y las luces de las cámaras. Las lágrimas de su madre y de la Carmen, su primera novia.

"Dios es justo", le dijo el Gustavo, el día que salió de la cárcel con una biblia bajo el brazo. "Se había reformado", le decía, pero Ramiro siempre creyó que lo habían engañado. Al Gustavo lo mataron ese día, en el autobús que lo llevaba a su casa. "Fueron las pandillas, su pandilla", dijo el vocero oficial. El Ramiro vengó su muerte, a plena luz del día, justo después de salir de la cárcel. Ese día, nadie lo inculpó de nada. Luego se fue, nadie supo adónde. Regresó porque escuchó que su madre estaba enferma. Ahora criaba los hijos de la Lupe. Estaba muriendo y quería verlo, a los ojos. Murió viéndolo a los ojos.

"¡Esto no esta bien, Ramiro!" repetía, temeroso, el Nando. " ¡Esto no está bien!".

Ramiro no estaba allí escuchándole, estaba lejos, escuchando en la radio el canal que no podían ver por televisión, pues no tenían. Se imaginaba las cosas de otra forma, le gustaba pensar que todo era así, como él lo imaginaba.

El primer televisor lo compró la Lupe, era blanco y negro. "¿Y con qué vas a pagar esto, hija?", decía su madre agarrándose el delantal. "No se aflija, mamá. Usted ocúpelo, es suyo" y una lágrima de alegría se le escapó a su madre, una sola. Después, ella misma arrojaría el televisor al suelo, una noche, en que una patrulla llevaba a la Lupe a la casa. La luz roja de la sirena le llenaba los ojos.

El segundo televisor, lo llevó él. Era limpio. "Si no voy a pagar mucho, y mire, es a colores, y a control remoto", pero su madre ni lloró, ni sonrió. Encendió el aparato y vio la novela de las ocho. Cinco meses después, la comercial llegó a quitárselo, por retraso en el pago. A Ramiro lo tuvieron preso seis meses por un altercado. El ofendido era el hijo de un diputado. Caso cerrado.

Luego hubieron muchos televisores. Su madre ya no preguntaba.

Siempre lo llegaban a sacar cuando estaba viendo la tele. Hasta ese día, por la mañana, cuando los agarraron, estaban viendo la tele, el partido de fútbol del domingo. En la noche, era él quien salía en la televisión. Esa noche su madre no vio la novela.

Diez años. El los cumplió completos. El Gustavo salió un año antes, por buena conducta. Ramiro sumó tres más a la cuenta.

La Carmen dejó de visitarlo. "No volvás a venir aquí", le ordenó. Era la visita íntima del mes. La Carmen pensó que la estaba engañando. "Si venís otra vez te van a joder", le dijo encolerizado. Era bonita, demasiado. Era sobrina del Gustavo. Siempre le había gustado, se había enamorado de ella desde pequeño. Antes de salir con él, se subía a los carros de los de la Colonia de al lado, los adinerados. Pasaban a buscarla por las noches. Nunca se bajaban, ella subía contenta. Una noche llegó a casa llorando con un golpe en la cara. El novio de turno la había ofrecido a otros dos amigos. Ella se negó, pero no pudo evitar las manos, los cuerpos, las bocas, los deseos, el dolor, la vergüenza. Apenas logró evitar la violación. Gustavo salió en busca del culpable. Lo encontró, pero no solo. Casi lo matan de no ser por Ramiro que soltó sus demonios esa noche. Quebró tres parabrisas, dos brazos, tres costillas, seis dientes y, al momento que llegó la policía, estaba arrancando una oreja. Los metieron a la cárcel, por primera vez. Ella se enamoró desde ese instante. Lo visitaba cada dos días durante esos seis meses.

Ese día lo llamaron. "Ramiro, te buscan", dijo el custodio, con una sonrisa sarcástica. "Te dije que no vinieras", le dijo perturbado. Cerraron la puerta. Eran cuatro. A él lo llevaron al rincón. Le pusieron una navaja en su cuello. A ella le taparon la boca. Dos miraban. Uno la sostenía mientras el otro participaba. No fue rápido.

Al terminar, ella recogió su ropa, llorando. A él le dijeron "si hablás te morís vos y el Gustavo". Ella clavó su mirada de odio en los ojos marchitos de Ramiro. Nunca regresó a verlo. Nunca la volvió a ver. Siempre la amó. Siempre le dolió.

La semana siguiente había matado al que la violó y al que la sostenía. A uno le clavó un vidrio en el pecho mientras defecaba. Al otro lo mató con sus propias manos. Los otros dos, temerosos, lo delataron. Le dieron tres años más en ese infierno. Ahora le faltaban nueve.

Allí, en la cárcel, consiguió un televisor, uno pequeño. Se había ganado el respeto de muchos. Los dos que había matado eran dos reos muy temidos. Los que le delataron murieron a manos de otros, pero por orden de él.

"Deja la justicia a Dios", le comenzaba a decir Gustavo. "Yo me he encontrado con él", le predicaba.

"¡No lo hagás, Ramiro! ¡No lo hagás!".

Las cosas habían salido diferentes. Iban a entrar, tomar las joyas y el dinero. Si en el camino les cabía algo más en la bolsa se lo llevaban, pero nadie les dijo nada de matar a nadie. Nunca.

Eran cuatro. Uno afuera, cuidando la entrada, Pedro. Uno cogiendo las joyas y el dinero, Diego. Nando lo seguía a él, era su guarda, su alumno y a veces su consciencia. Ramiro, era el único que sabía la verdad. Estaba allí por razones del pasado. El robo sólo era una excusa, una coartada.

Todo había salido según el plan, su plan, excepto por un detalle. La noche que entraron había más personas en la casa. Las cosas estaban mal, de nuevo.

"Aquí está este celular", les dijo el Reynaldo. "A mí no me marcan de otro celular que no sea este o se mueren", les amenazó. Gustavo y Ramiro acataron. Les habían adelantado dinero, mucho dinero. La cosa parecía fácil. "Lo suben al carro cuando salga de su práctica, y se lo llevan al hoyo", les habían indicado. No podían hacer muchas preguntas.

El encargo era un niño de ocho años. El hoyo una casa en las afueras de la ciudad. Ellos eran los terceros en el asunto. La cosa sonó fuerte en los noticiarios.

"Hay gente que no tiene temor de Dios", decía su madre, sentada al frente del televisor. "¡Qué Dios los castigue!", exclamaba y se llevaba la taza de café a la boca.

Lo hicieron un lunes por la tarde. A la madre la dejaron golpeada en la acera. Al niño lo cubrieron con una toalla y se lo llevaron. Lo tuvieron trece días encerrado. La Toña le daba de comer.

"¡El chelito no respira!", gritó la Toña. El niño se había desvanecido, había perdido el color. "¡Marcale a Rey!", le dijo el Gustavo. "¡Se nos va a morir!", lloraba la Toña. El chelito se había puesto morado y había dejado de respirar. "No me jodás", le dijo el Reynaldo. El niño estaba muerto al momento de cobrar el rescate. Veintidós días después los agarraron.

El asalto lo planearon mucho tiempo atrás. Entraron por la casa de al lado, que estaba vacía. Al vigilante le habían untado las manos con billetes. Fue la Toña la que les había informado.

"Aló, ¿Ramiro? Soy yo, la Toña".

Había pasado tanto tiempo que la voz le sonaba extraña. "Adolfo me dio este número. Tu mamá se está muriendo y quiere verte. Por favor, contestá. Ella te ha perdonado y yo necesito hablar con vos". No contestó. Nunca lo hacía.

Escapó a Honduras, a San Pedro Sula, a casa de un amigo del Tavo. Luego fue Guatemala, México y Los Angeles. Al país había regresado todos los diciembres desde el ajusticiamiento, pero nadie lo veía. Adolfo, era el único contacto que tenía con su familia. Se encontró con él en Los Angeles, pero le había prohibido decirles dónde estaba y, por seguridad, nunca se lo delató tampoco a él. Sólo le dio un número para efectos de un negocio futuro.

Esa noche lloró, como nunca lo había hecho antes, entonces, decidió regresar.


(continuará...)

Comments (9)

On 17 de septiembre de 2008, 21:30 , Anónimo dijo...

DON DAVID, Y ESTE PEQUEÑO RELATO EN LETRAS MINUSCULAS , FUE PARIDO EN TU MENTE EN UN 100% , O REMEMBRAS SUCESOS ANTERIORES CON PERSONAJES ANONIMOS Y NOMBRES CAMBIADOS.
LO CIERTO ES QUE LA HISTORIA ESTA BUENA.....SOLO QUE ME PARECE ESTA INCONCLUSA, BUENO TU SABRAS.
TE FELICITO...ERNESTO DELGADO

! AH ¡ A VER CUANDO ME ENSEÑAS A USAR EL BLOG...

 
On 18 de septiembre de 2008, 13:34 , DEARmente dijo...

como guste, señor.

 
On 18 de septiembre de 2008, 22:04 , Anónimo dijo...

Wow, excelente man!!!
la historia es buena
un principio normal
trama algo enredada pero atrctiva
Final inesperado, excelente!!!

es final verdad?
o esperamos lgun dia continuacion?

W.

 
On 18 de septiembre de 2008, 22:56 , Unknown dijo...

Hermano, pues está bien DEARMENTE esa historia, de esas que a diario se repiten en la vida y que nadie cuenta, mejor q la anterior (quizas por el nombre del protagonista anterior..jajaja)....
Como esas peliculas q nos haces ver, desconocidas pero al final nos djan una gran sonrisa de aprobación Me llega, la utilización de la técnica del flash back.

 
On 22 de septiembre de 2008, 16:37 , DEARmente dijo...

W & Folósofo:

Personajes!
Claro que tiene continuación, esta sólo es la primera parte.

 
On 29 de septiembre de 2008, 9:10 , MANCHA dijo...

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On 23 de octubre de 2008, 7:37 , SANDRA DESDE FORMOSA dijo...

hola aca me paso muy buen blog, desde la distancia te acompaño un beso enorme

 
On 23 de octubre de 2008, 7:53 , SANDRA DESDE FORMOSA dijo...

espero tu visita al mio seria un placer
besos
q andes de mil

 
On 23 de octubre de 2008, 7:54 , SANDRA DESDE FORMOSA dijo...

espero tu visita al mio seria un placer
besos
q andes de mil