Lo encontró dormido, sobre la banca más sucia del parque menos limpio del rincón más olvidado de la ciudad.

Estaba sin zapatos, sin dinero, sin camisa y sin vergüenza. Parecía muerto, pero sólo dormía. Eso le sorprendió mucho porque, según sus cálculos, llevaba casi un año sin conciliar el sueño, y esta vez, estaba hasta roncando.

Le había estado buscando desde el viernes en la tarde. Se había desaparecido justo en sus narices, como a eso de las tres de la tarde. Al principio pensó que se había escondido en el baño de la discoteca donde lo había localizado. Esperó a que saliera para no molestarlo pero, después de algunos minutos de espera, se convenció que nuevamente lo había dejado solo y se había marchado.

El primer sitio donde le buscó fue en casa de Laura. Conocía la debilidad que le producía el saber que ella estaba en la ciudad, y sola, por lo que no dudo que ese era el sitio donde debía buscar primero. Sin embargo, no estaba allí. Tampoco estaba en casa de Edson, ni en la casa de Carlos. Se había desaparecido por completo.

Lo esperó en su apartamento, toda la noche. Por la mañana, el sábado, recorrió los hospitales cercanos y la delegación de policía, pero sin reportar su desaparición porque, para que una persona se declare perdida, deben transcurrir 72 horas, según la ley. Pero, por alguna razón, él sabía que esta vez sí se le había perdido.

El último lugar al que deseaba ir era a la casa de sus padres. No soportaría la vergüenza de encontrarlo allí, cuando se suponía que él debería estarlo cuidando, como le fue encargado desde pequeño. Además, sabía que el último lugar donde éste se ocultaría sería en casa de sus padres. Por eso, precisamente, fue el último lugar donde se le ocurrió revisar.

Allí, como en casi todos los lugares, nadie le toma importancia. En eso, siempre se sentía identificado con Bruno, quien tampoco le tomaba importancia. Siempre estaba ignorándolo. Pero, ¿qué podía hacer? Su deber es cuidarlo, no tan sólo vigilarlo.

No esa la primera vez que le hacía esta maniobra, sin embargo, era la primera vez en la que pasaban más de algunas horas sin encontrarlo. Eso, además de avergonzarlo, le preocupaba. Si su jefe se daba cuenta, no volverían a asignarle ningún trabajo. ¿Dónde quedaría el prestigio de todos los que se dedicaban a esto?

Cassandra es la única que siempre le toma importancia cuando visita esa casa. Desde que la compraron, esa perra demostró tenerle un cariño especial. Fue por ella que advirtió que Bruno no estaba allí, porque cuando él está en casa, la perra permanecía atada, porque por alguna razón extraña, a Bruno es al único que no quiere.

Entonces, desconsolado, caminó por las calles de la ciudad toda la noche, sin detenerse a observar nada, ni a nadie.

No tardaría en enterarse alguno de sus compañeros de lo sucedido y menos tardaría entonces de enterarse su jefe. Su primer encargo había fallado.

Revisó los detalles desde que lo perdió de vista.

Lo había ubicado en la única discoteca que abre durante el día. Se acercó hasta el bar, como siempre sin decir ni una palabra. No era necesario esconderse. Bruno nunca le prestaba atención, aunque lo tuviera de frente. No había mucha gente. Un par de jovencitas y otros tipos borrachos cerca del bar. Bruno estaba solo cuando él se acercó al bar. No se saludaron, ni siquiera cruzaron miradas, es algo que no hacen. Para él era suficiente con tenerlo al alcance de su vista. A Bruno le daba lo mismo.

Esta vez, no había sido como las anteriores en las que había intentado escapársele. La primera vez casi lo engaña, pero uno de sus compañeros le advirtió que eso era muy común y le indicó cómo advertir cuando intentara hacerlo otra vez. Desde entonces, lo había intentado muchas veces, pero le había localizado en pocos minutos, lo más, un par de horas. Pero, esta vez, no le dio señales de eso, parecía muy tranquilo, muy sereno. Por eso, cuando se dirigió al baño, le dejó ir solo, sin seguirlo. Jamás imaginó que le iba a perder el rastro.

Decidió regresar por última vez a la discoteca. Ahora estaba llena. La música impedía distinguir las voces. El humo de los cigarrillos, los cuerpos sudados, el alcohol, el desenfreno... eran cosas que le molestaban demasiado, por eso, cuando Bruno entraba a estos sitios, él procuraba quedarse en la puerta y sólo entraba si presentía que había peligro.

Penetró el mar de gente que estaba en el lugar y se dirigió hasta los baños. Revisó cada uno ellos minuciosamente, inclusive los que eran exclusivos para damas, pero fue inútil, no lo encontró por ninguna parte.

¿Qué le diría a su superior? ¿Qué pensarían sus compañeros? ¿Cómo lo tomaría la familia de Bruno? ¿Volverían a darle un trabajo similar después de esto? ¿Qué haría Casiel en estas circunstancias?

En estas cosas pensaba, cuando sin pensarlo, llegó al parque más olvidado de la ciudad, y justo cuando estaba por salir el sol, notó que en una de las bancas más sucias yacía Bruno, sin camisa, como muerto.

El sol descubrió la suciedad que no se alcanza a apreciar cuando no hay luz; cosa que a Bruno pareció no importarle porque parecía muy cómodo en la banca donde estaba. Un ronquido y el movimiento de su pecho al respirar demostraron que no estaba muerto.

Estuvo contemplándolo durante un tiempo, sin despertarle. No hacía falta, lo que le importaba era que sabía dónde estaba y cómo estaba. Ya no tendría que dar ninguna explicación a nadie.

Le sopló el oído sin esperar ninguna reacción, pero esta vez, por primera vez desde su infancia, Bruno sacudió con su mano su oído, abrió los ojos y fijó su mirada en él. Pareció que le reconocía, y un leve gesto en su rostro demostraba alegría al verlo. Luego miró a su alrededor y, al darse cuenta de su estado, caminó hasta la calle para pedir un taxi, no sin antes voltear a verle nuevamente como pidiendo que le ayudara a conseguirlo.

Y así fue. Le consiguió un taxi, pero no lo siguió hasta su casa. Observó cómo se alejaba en la calle, en la ciudad que apenas despertaba. Lo que acababa de ocurrir le parecía muy extraño, demasiado.

Agitó sus alas y se sentó en la copa de un árbol.

¿Realmente había pasado? ¿Le había visto? Estaba muy confundido y emocionado a la vez. Recordemos que, no todos los días alguien ve a los ojos a su ángel guardián y mucho menos le hace señas para que le pida un taxi.

Estas cosas sólo suceden cuando algo pasa, sin que nos demos cuenta.